Volvería a nacer y muchas veces nacería después del 31 de marzo de aquel año de mi suerte. Lo haría tras la operación, saliendo de la anestesia y una vez me despertaran las buenas noticias. En mi habitación como de hotel llena de mi familia, de mi gente como una procesión, arropada siempre, llena de plantas y flores llenas de vida, plena de vida yo y de ganas, hambrienta de sol y de nubes, de cielos y cielos donde nacer. Al entrar mi marido como el amanecer con la lección aprendida sabiendo cada palabra de lo que habría de decirme, los ojos brillantes, el rostro aliviado, su rotunda presencia, azul, el vaivén de las olas, un murmullo, la calma, abandonarse, cerrar los ojos, creer, no pensar… Lo haría en el reecuentro en casa con mi hija después, la luz, mi desvelo, la causa última de tanto miedo, dejar de verla… En cada consulta luego y hasta la última tampoco hace tanto.
Nacería de nuevo en cada ciclo de un veneno que no pudo con mis ganas y recibía gota a gota agradecida en vena con cariño y afecto profesional. En tus lentejas, Belén. Y cuando alguien muy querido me rapó el pelo y perdí de pronto el temor a ese gesto de otra peluca antes, amenazante sobre la cómoda de mi madre, yaciendo junto al cepillo de plata de las princesas que cien veces pasaban por su cabello antes de dormir, decía, como una contradicción. Y con el pelo vi caer las dudas y me miré de frente ya sí víctima reconocible de cáncer, tan vulnerable y a la vez tan segura, una fuerza emanando de una fuente interior alimentada a su vez de otro cauce generoso y siempre sereno. Y volvería a nacer cuando me la quitara por fin, floreciendo al otoño, arrojando afuera un tiempo de viento despeinado, encerrándolo en un paréntesis pero imposible de omitir en este párrafo de este libro de esta historia mía. En la que volvería nacer en las visitas dominicales para afrontar la soledad. En la inestimable ayuda para hacer los días cotidianos, para simular la rutina y evitar pensar la realidad: que nacería cada día a partir de aquello. Y por las noches a la hora del miedo, puntual a la cita, acabado el sueño, descansada ya en su respiración a mi lado, en su deseo encendido a pesar, callado, quieto y manso pero tan envolvente y sugerente como siempre el mar nacería… Lo haría en quienes estuvistéis a mi lado, a quienes se os notó en la cara mi pesar, quienes no supisteis qué decir y callabais, quienes me lo contabais, quienes confiasteis, quienes estuvisteis conmigo, pasasteis frío, se os heló el corazón, se os paró el tiempo un momento y sufristeis un poco; en quien nacisteis y nacéis conmigo cada vez llenos de esperanza. Nacería en el deseo postergado de ser madre de nuevo, esperando a Manuel, soñándolo pequeñito, otro ser, un hermano, el proyecto de futuro, la vida que sigue, que logra abrirse paso, la suerte, mi existencia plena. Y lo haría cuando por fin fuera posible, todos los obstáculos vencidos, más cerquita de conocerlo, buscándolo. Bien hallado Manuel, ¡naciendo juntos a la vida! Nacería en la infinita gratitud por cada renacer, por las mañanas brillando la mañana, por las tardes la brisa de la tarde, la luna de noche asomando por detrás de mi patio en la noche de plata, promesas cumplidas… De la terrible incertidumbre, de un abismo oscuro, del primer y último miedo, como a la magia y al azar, vendría a la vida. Y lo haría en cada cumpleaños, los de noviembre de siempre y los de marzo de ahora, ambos de verdad de la buena y sin contar todas las otras veces que celebrar que renací. Porque lo hice en mis viajes, en mis libros, en los escritores que admiré, en el cine, en la música y el arte que me conmovió; en mi preciado pasado, en mi memoria encendida y tan llena de todo una y mil veces nací. En mi voz, en la palabra, en la busca de un lenguaje en que nacer y contaros que nací. Que nací hoy que no me morí.

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