Reivindicar La Pletórica era reivindicar la alegría sin necesidad de hacerlo expreso porque para eso vino a mí, ella vino a mí y era solo dejarse estar, devenir el curso de los días, como por el río fluir sin oponer resistencia y aguardarla paciente, en esa dulce espera que es la fe ciega, la confianza plena, el convencimiento y la total seguridad en lo que ha de ser y se ha dispuesto para ti. Y ser alegres más que un estado como condición, procurarnos el corazón contento, amanecer con ilusión y cada noche al acostarnos llenas de esperanza confiar en la vida.
Reivindicar La Pletórica era creer en alguien tal y como ella creyó en mí, conocernos una a la otra las faltas, sabernos los fallos y aún así gustarnos mutuamente. Era huir del ideal de perfección, aburrirnos de eso y que no hiciera falta perdonarnos nada. Que hubiéramos llegado al final del entendimiento como de un camino de mucho respeto, de cesión y aceptación, de sincero agradecimiento y total admiración sabedoras de nuestros puntos fuertes, de mis muchas carencias, de nuestro recorrido hasta aquí pasando por todo lo que nos pasa y nos pasó cuando la vida te roza, parece que te acaricia y es fácil o cuando te golpea y te hiere sin más, te quita algo que querías, te dejan de querer, todas esas ocasiones, infortunios que nos descubren y muestran frágiles y vulnerables, que nos conforman únicos e irrepetibles surcados de arrugas, grietas, cicatrices en nuestra piel y a nuestro corazón. Y en sintonía ella y yo, cuerdas de un mismo instrumento, tocadas de gracia por la misma brisa, un solo viento (a veces de levante), celebrar la suerte de encontramos, la química y la magia, la música a nuestros oídos. La risa brotándonos fresca de la boca como los besos, tantos que La Pletórica y yo sabemos, que dimos y nos dieron y guardamos donde se guardan, en ese espacio que nace en la boca, saborea la lengua, pasa por la garganta y llegan tan hondo como consigan llegar, anidan en ti, vivos, peces o mariposas, su suave aleteo, las cosquillas y por fuera se te pegan a la piel y es ya un vestido de noche estrellada, de luna y fuego, pasión azul, otras de cercana y cálida compañía y siempre escudo contra la soledad.
Reivindicar La Pletórica era escucharla llegar, el sonido de sus cuatro patas avanzando por el pasillo y sus pasos sólidos retumbando discretamente en el suelo, eco de una fiesta ancestral, de la primicia entre el hombre y la mujer, o como por la arena en el mar hundiéndose solo un poco, dejando huella al andar, su perfumado rastro que percibir mis sentidos. La sombra del árbol a cobijarme. Raigambre a la tierra. Que nunca, nunca, su pisar fuera crujido de hojas secas de otoño, menos aún suelo blando y húmedo, resbalar de dudas… Que no sonara sordo como la escarcha ni fuera frío, cristales rotos, patinara sobre el hielo, cayera en la indiferencia, abismo de incertidumbre, se precipitara al vacío. Que fuera una alfombra de hierba bajo los pies, una senda amable, una pendiente firme por la que ascender y aunque costara hacer cumbre, contemplar el cielo. Y tumbarse a mis pies La Pletórica y solo oírla respirar, inhalar profundo por la trompa largamente, llenar sus pulmones de vida más de doscientos millones de veces en su larga y brillante existencia y exhalar una corriente de paz en la que envolver mi sueño a su cuidado, atenta velando por mí en ese estado que tampoco es vigilia donde la realidad pierde consistencia, se libera de las cadenas de la mente, de los pensamientos y creencias limitantes, de la estructura del lenguaje, del corsé de la razón y todo es más sentido y profundo, más ancho, más cierto para mí y entonces se despliega su memoria. Porque reivindicar La Pletórica era recordar, repasarlo todo hasta el origen y aún más allá, emprender juntas el viaje de nuestra historia para recrearnos en los hechos importantes que hablan de nosotras, nos habitan, nos narran y el tiempo se dilata, vastamente extenso deja de ser tictac y es un rumor constante que agita el pulso, nos hace vibrar a otra frecuencia, es la potente y sensual energía del amor.
La Pletórica era el Amor que todo lo cura. Para ahuyentar la tristeza, superar la enfermedad, conjurar el miedo, asumir la finitud. Dejar de sufrir al consuelo de lo que a pesar de todo permanece y es incondicional y puro en la sabia mezcla de todas las formas de entregarse, de darse en el amor: fraternal, materno, de padre a hijo, la amistad sincera, el amor de los amantes que se aman contra viento y marea, a pesar de los pesares, necesaria e inevitablemente y en el juego del amor fundirse los cuerpos, traspasarse las almas, colmarse de dicha y plenitud.
Reivindicar La Pletórica era trascender el ego, consciente aspirar a mi ser. Y ungida del poder creador del reconocimiento de mi verdadera esencia, herida de Poesía, bendecida por ella, escribir y escribirlo todo. Llegarte a ti que me lees y das sentido, espejos en que me reflejo y sois mi ideal de bondad, de belleza. Mi verdad.
Reivindicar La Pletórica era reafirmarme, reivindicarme a mí que me quiero y me honro y a través, traigo de vuelta a mis muertos, miro de frente los verdes ojos de mis padres, mi carne y mi sangre, la luz que me recorre y siempre, indulgente, me alumbra.

Escucho yo también atentamente la tranquila y sabia respiración de La Pletórica 🫁 🐘 🙌🏽
Yo sé que tu escuchas nuestro dentro, desde tu mágico corazón… ¡¡Gracias, amigo!!