A veces me creo que La Pletórica es la abuela y que nosotros somos una manada de elefantes tan mágicos como ella y podemos hacer las cosas que ella hace como sorber quince litros de agua con la trompa y soltarla en un potente chorro con precisa puntería aquí o allá. O hacer pompitas de jabón redondas y perfectas, irisadas de todos los colores hacia el cielo y verlas ascender mientras nos reímos sin importarnos nada más que eso, ese momento bello, todo aquí, tan de ahora, sin cuestionar qué ocurrirá después o importarnos qué ocurrió antes, reírnos de estar en eso con una risa franca, a carcajadas, manifestar sin pudor la alegría de vivir y disfrutar lo más sencillo, las pequeñas cosas que nos pasan a los elefantes, estar juntos, tener comida, habitar la selva desde hace tanto tiempo y admirar y celebrar su belleza varias veces al día, muy especialmente cuando sale el sol, cuando se pone y ser ese el reloj que marque las horas sin prisa, gastadas de a poquito entretenidos en el juego, en cada tarea, en cada meticuloso acto, a través de nuestra experiencia de elefantes actuar la cultura que nos hace más poderosos que los leones solo que comemos hierba y nuestra ley no es la de la selva sino una ley justa que no se impone por la fuerza y obedece a la razón, a la justicia, al bien común, a las normas matriarcales que nos dimos en esta estructura social a la que pertenecemos en la que cada uno sabe el lugar que ocupa y cómo desde ese lugar, desde el sitio que le corresponde y ha sido asignado, es único e importante para los demás y para sí mismo, lo que significa tener conciencia. Qué importante tener conciencia, Silvia, limpita siempre, liviana, como una nube blanca; conciencia serena que por la noche no pesa, nos permite dormir y soñar tranquilos sabiéndonos en paz y saber dónde empezamos, aquí en nosotros, pero podemos prolongar nuestro ser en otros y proyectar el alma en otras almas, como un contínuum sin principio ni final.
Me creo que La Pletórica vino a mí guiado por ella y que somos la familia que hubiéramos sido si estuviera aún y así, muy corpulentos, nuestros muchos kilos de calidad para albergar un corazón tan grande que no nos quepa en el pecho y se nos desborde a cada instante en los gestos, en detalles que nos distingan y cuyo valor supremo, el que nos rija, sea la bondad y sea la generosidad, el don de darnos sin esperar nada a cambio porque ahí está el sentido y parece ilógico pero lo dicen los expertos, quienes tienen el maravilloso don, cuanto más se da más se tiene y de eso sobre todo es que queremos ser ricos, atesorar un haber, gastarlo con ganas y renovarlo a menudo para que nada nunca nos falte y vivir y servir y en esa capacidad de servicio, sin falso orgullo, de aprovechamiento y valor, hallar la felicidad.
Me encanta creer que esta cabeza tan grande es para albergar un cerebro de 5kg a rebosar de inteligencia, de sabiduría heredada y transmitida por nuestros mayores, aprendida durante los primeros años de nuestra existencia desde que llegamos al mundo y ya hasta morir seguir aprendiendo a ser elefantes y a estar en él, pero no este pequeño de nuestra manada y alrededores y poco más, sino el grande, empezar por aquí, saber lo nuestro y salir afuera para apreciarlo mejor, aprender otras formas, otras maneras de ser y hacer y volver mejorados, conscientes de la mínima parte que somos pero como te decía antes, la importancia de ocupar un lugar en el universo y ser uno con él, una estrellita más en el cielo, un fulgor, una lucecita brillante, un fueguito en el mar de fueguitos que diría el Maestro, una llama prendida ardiendo por dentro, un almita con vocación de vida. Y pienso en Aristóteles que ese sí era sabio diciendo que nosotros, los elefantes, somos «la bestia que sobrepasa a todos en ingenio y mente» y no por ser más que nadie sino por el enorme privilegio con el que estamos dotados, nuestra capacidad de superar el instinto animal y estar un paso más allá que además de usar herramientas, lo cual es harto complejo, hasta podemos manifestarnos a través del arte, la mayor forma de expresión con el amor porque aquí viene lo mejor, siempre me creo que nuestra fibra, lo que nos da consistencia es la emoción, el puro sentimiento y me recreo en todo aquello que somos capaces de sentir y la importancia de poner nombre a las cosas que nos pasan, traducirlo en palabras y elaborar discursos por donde encauzar y fluir los afectos, las filias y las fobias. Tener un lenguaje para el amor, que lo pronuncie, que lo describa, que lo explique y exprese nuestra ventaja sobre todos los seres de a través del cariño desmedido y el amor a raudales trascender y si fuera cierto que como humanos andamos aún más cerca de la divinidad, ella en cada uno de nosotros para alumbrar nuestra grandeza, nuestro enorme e importante destino.
Pero lo que sin duda más me puede gustar cuando me creo que La Pletórica vino a mí es constatar cómo con ella me vino la memoria y ya puedo acordarme de todo y recuerdo más cuanto más recuerdo de manera que el pasado ya no está atrás, se va incorporando a mi presente y tiene la consistencia para permanecer y proyectarse hacia delante, reflejarse en mi espejo de Matsuyama, en mi espejo enamorado siempre, en mi espejo desafío y refugio y así sé de dónde vengo y desvelado el misterio de la inexistencia de futuro hacia dónde quiero ir y vosotros conmigo porque somos una manada y mi memoria es la vuestra y la heredamos y la compartimos y la protegemos y la honramos. Dicen que tenemos un cementerio pero no es verdad, lo que tenemos es esto, el recuerdo siempre encendido e igual que reímos lloramos y lloramos a nuestros muertos y este dolor compartido se hace mucho más pequeño al consolarnos unos a otros. Hemos aprendido a perdonar, no existe la culpa ni el miedo y hemos aprendido a perdonarnos porque nuestra vida es un pasar y debemos y queremos mejorar. Por eso, además de practicar la compasión siempre que podemos y podemos siempre, celebramos los cumpleaños como la ocasión de agradecer, ¡qué agradecidos somos los elefantes!, que estamos aquí, en pleno ciclo, que de momento estamos vivos…
Me creo que cumplo once muchas veces aunque no sea exacto y me haya de servir de múltiplos y los varios caminos que me ofrecen las matemáticas pero en tu caso sí, en tu caso cumples once, o11ce, 11 o cómo lo quieras escribir, y por primera y única vez este número redondo, mágico, que te pone en sintonía con la música que suena en el mundo al compás del mar, de su rumor profundo, del silencio en el desierto, de la paz de las montañas, el vaivén de las olas, de una noche estrellada, de la fuerza de un glaciar, del latir de tu corazón para que la escuches sonar siempre, sonar solo para ti la melodía del tiempo y te muevas al compás, y te bailes tu precioso transcurrir y pises fuerte cada paso de niña, la preciosa niña que eres a mujer, la que sin duda serás, siempre, siempre, siempre un regalo, un orgullo, un tesoro entre los nuestros.
Te quiero:
La Tía

Celia, Plétórica, me encanta ser de vuestra manada, y que Silvia también lo sea. Se que estará protegida siempre por esos seres gigantes y poderosos y nada malo del todo le puede pasar.
Así será porque fue lo que mamamos y lo llevamos a fuego en la memoria. ¡Te quiero, hermana!