- Bebe de la tradición. Si de algo están hechas las croquetas es de pasado, de historia viva, costumbre y memoria.
Remóntate atrás en tu familia y busca esas mujeres que alimentaron tus sentidos.
Identifícate con ellas y déjate inspirar. - Encuentra la croqueta ideal en tu interior, la que mejor te representa, visualiza y saboréala. Tierna, crujiente, cremosa, caliente… Siéntela deslizarse por tu garganta, inundándote de suerte, saciarte.
- Imbuida del espíritu croquetil, conectada a esa magia evocada, pensada, soñada, coge una sartén con cierta altura, pon tres cucharadas soperas de mantequilla y echa un chorrito de aceite de oliva virgen.
- Espera a que se caliente y se derrita la mantequilla y añade entonces tres o cuatro cucharadas soperas de harina.
Remueve hasta que la harina se mezcle confundida y quede todo en montoncitos dorados. - Vierte leche, deja que alcance temperatura y comienza de nuevo a remover procurando ir deshaciendo los grumos. Este momento es crucial para unas buenas croquetas pero no te estreses. Cada cosa requiere su tiempo y ya sabes, es cuestión de eso y por supuesto, de ganas.
- Evita tener cerca un reloj, abandona las prisas, mueve y remueve como si te fuera la vida en ello, enérgicamente pero con calma, confiada y tranquila. Van a ser las mejores croquetas que has hecho y lo sabes.
- Continúa en tu ensimismamiento y fluye. Unas vueltecitas, leche y cuando esta se consuma otras vueltecitas más, y más leche «cuando te pida». Atenta a esta expresión que encierra la sabiduría de generaciones de mujeres que aprendieron solo por bueno mirando de sus mayores, sin preguntarse por qué, nada más que viéndoles hacer, admirándoles las formas, la intención, el resultado. Imitando su hacer hasta el saber, sin otra lógica que el respeto, la cultura, la herencia y hasta la verdad más absoluta que tienen las croquetas recién hechas, esa masa que ya va pareciendo bechamel y a la que en este momento has de añadir el jamón, muy, muy picadito. Entonces tengo que acordarme de la abuela Celia en la mesa del salón de nuestra casa, entregada a ese acto de picar con unas tijeras los restos del cocido, el pollo diminuto, el morcillo, el jamón y yo acercarme e invitarme con un gesto y tímida tomar un puñadito, saborearlo, volver y de nuevo el gesto y otro poquito más y la sonrisa de la abuela permisiva y volver para ya el último y ella siempre complaciente, consintiendo nuestros caprichos, su bondad.
- Echa jamón y si es bueno mejor, eso que te llevas mullidito con abrigo crujiente. En la cocina siempre generosidad, no exceso, nunca miseria, abundancia, porque cocinar (sobre todo hacer croquetas) es dar sin reservas, lo que se tiene a quien se quiere.
- Prueba de sal y rectifica si hace falta, que eso es de sabios. Como en la vida misma en la realidad fuera de tu cocina no pasa nada por equivocarse y menos la muerte todo tiene solución.
- Continúa. Sigue así por mucho tiempo, sumérgete y fúndete con él. Las croquetas nunca se terminan, solo se paran de hacer por un momento, unas horas, unos días, tal vez más, hasta que una chispa se enciende en el alma, viene el recuerdo de quien te quiso incondicional, el deseo al paladar y se repite el gesto, se actúa la capacidad de amar a través, de ser humano a través de la cultura, de la gastronomía, a través de la ternura, a través de las manos que se honran. De artesano. Artesanas las manos que hacen las croquetas.
- Unas 24 horas después una vuelta por el huevo, un abrigo de pan y de la sartén al plato. O hazte unos táperes y regala. Dona vida, amor, dona croquetas.

Gran receta de croquetas! Te la copio. 🙂
¡¡A ti puedo hacerte táperes y táperes!! El próximo día te llevo.
Muy ricas!!
A ti qué te voy a contar… ¡Está pendiente el concurso!
Madre mía…..k ricas sobre todo sabrosas y ricas de 💕 voy hacerlas yo también espero que me salgan aunque sea parecidas a las tuyas amiga mia😗😗😗
¡Seguro que sí! Pones tanto amor a todo que no nada puede salir mal… ¡Muchas gracias, Mayka!